sábado, 30 de noviembre de 2013

Marcos, el crack todólogo

Aldo Bonanni

Parte 3 de 3

En 1952 Fernando Marcos comenzó a trabajar en la televisión mexicana, en la cual sería pionero de las narraciones de partidos de futbol. Decano de este oficio junto a Ángel Fernández, dejó toda una escuela que por desgracia ha sido sustituida en nuestros tiempos por la de los “Perros” y los Martinolis, tan lejanos al nivel intelectual de don Fernando.
De vuelta a los terrenos de juego, Marcos aceptó una nueva oferta para dirigir, en 1954, esta vez al Necaxa. Tal como lo refiere Greco Sotelo en El oficio de las canchas, luego de observar los primeros entrenamientos, concluyó que los titulares formaban una camarilla que impedía el rendimiento del equipo. Al mirar a los jóvenes de la reserva, halló a futuros valores del balompié nacional como Antonio Jasso, Alfredo del Águila, Alfonso Portugal, Jaime Salazar y Jorge Morelos. Sin dudarlo, elaboró una lista de los “figurones” caros e inútiles del primer equipo y se la presentó al licenciado Rivera Rojas, dueño del club, pidiéndole que los despidiera. Éste, rascándose la cabeza, le preguntó con quién demonios pensaba armar un equipo decente. Como respuesta, el técnico señaló a los jóvenes de la reserva. Extrañado, el directivo cuestionó: “¿Con esos pendejitos quiere usted armar un equipo como el que yo quiero?” “Pues sí, señor”, respondió Marcos, “con esos pendejitos, precisamente”.
Tal decisión no fue la única innovadora que tomó al estar al frente de los rojiblancos. Con ellos también se transformó en el primer entrenador en aplicar en México la táctica del 4–2–4, inspirada en la M–W húngara que “mató” a la W–M británica y que unos años más tarde encontraría en el Brasil de Pelé su versión más excelsa.

Tras entregar buenas cuentas con los electricistas (tercer puesto en 1954–55), pasó al Toluca, donde obtuvo el único título de toda su carrera como técnico, el de la Copa 1955–56. La temporada siguiente logró el subcampeonato de liga, solo superado por el Guadalajara de aquellos años, el mejor de toda la historia chiva.
Explicar por qué don Fernando obtuvo únicamente un título en toda su carrera como técnico es como explicar por qué Leonardo da Vinci dejó tan pocas obras con relación a la estatura de su genialidad. Si alguien no comprende la comparación, vuelva a la primera parte de esta biografía.

El creador del clásico

En 1958, Marcos pasó a dirigir al América. El equipo navegaba en los últimos lugares de la clasificación, tal cual había sido su constante casi permanente desde los años 30, ahora incluso con el peligro de descender a Segunda. Amante de los retos, don Fernando salvó a este club capitalino del descenso y lo llevó progresivamente al noveno puesto (1957–58), al cuarto (1958–59) y al segundo (1959–60). Al frente de los cremas, venció por el mismo marcador (2–0) a los tres clubes tapatíos que militaban en Primera en aquel entonces: Oro, Atlas y, por supuesto, las Chivas. Tras ello, haciendo gala de genio y mordacidad, declaró que “la nueva forma de marcar por teléfono a Guadalajara era dos–cero, dos–cero, dos–cero”, despertando la antipatía de la afición de la perla de occidente, y creando así la rivalidad más importante del futbol mexicano de la época. “Ya estábamos listos para retar al Guadalajara”, contaría él mismo más adelante. “Decidimos, ya que ellos eran el muchacho de la película, ser nosotros el villano; si ellos eran los modestos muchachos mexicanos, nosotros íbamos a ser los soberbios riquillos con extranjeros”.
Cría cuervos y te sacarán los ojos, dice el dicho. Marcos no sabía que con su brillantez estaba contribuyendo a gestar un leviatán que con el tiempo él mismo tendría que repudiar de algún modo. Su proyecto para el América fue posible gracias a que el histórico equipo fue comprado por esas fechas por la televisión privada… el resto, bien sabemos, es historia. Cuando la poderosa cadena se apropió del equipo, don Fernando era el candidato idóneo para seguir al frente del mismo. Pero entonces se le presentó otro desafío en el horizonte: dirigir a la selección nacional.

Invicto con México

Guillermo Cañedo, presidente del Club América y uno de los dirigentes de la Federación Mexicana de Futbol, fue quien le propuso a Marcos que se hiciera cargo de la selección. Él aceptó, pero con una condición: no cobrar nada, ya que consideraba un honor dirigir al representativo de su país. Ello concordaba con una costumbre que mantuvo a lo largo de toda su vida: era todólogo porque vivía de lo demás en lo que trabajaba, menos del futbol. El balompié fue, desde sus primeros años, una actividad extra, aunque en muchas etapas de su existencia le absorbiera la totalidad de su tiempo. En el crepúsculo de su paso por el mundo todavía se ufanaba de ahorrar íntegramente lo que el deporte profesional le había proporcionado.
Durante su breve trayectoria al frente del equipo nacional, no conoció la derrota, y logró lo que en ese entonces constituyó un hito: vencer por primera vez en la historia a Inglaterra. Fue el 24 de mayo de 1959, en el Estadio de la Ciudad Universitaria. Ese día, México supo remontar un 0–1 adverso (gol de Kevan) para lograr una voltereta histórica, con tantos de Raúl Cárdenas (’26) y Chava Reyes (’67).
Lamentablemente, una campaña en su contra surtió efecto sobre el carácter muchas veces explosivo del genio, y al cabo de unos meses arrojó la estafeta de la selección. Peor aún: el exabrupto bastó para que al poco tiempo, luego de volver al América por un tiempo, decidiera no volver a dirigir en su vida.

Maestro del periodismo


Fuera con prensa escrita, radio o televisión, Fernando Marcos cubrió 13 Copas del Mundo de futbol y otros tantos Juegos Olímpicos. Durante más de 20 años, fue el narrador principal de la televisión privada, hasta que, a mediados de la década de los 70, dejó el emporio Azcárraga para irse a la televisora estatal: el Canal 13, más tarde Imevisión. Cuando un colega le cuestionó por qué se había marchado a la competencia, don Fernando le respondió: “No me pasé a la competencia, me salí de la incompetencia”.
Alejado –ahora sí– de su contacto directo con la cancha, se dedicó a hacer historia desde la crónica deportiva. Le tocó narrar, entre muchos otros encuentros, la primera victoria de México en los mundiales (contra Checoslovaquia, 3–1, en 1962) y el partido del siglo (semifinal 1970: Italia 4–Alemania 3). También, por supuesto, aquel 1–1 con Francia en Inglaterra ’66, con el ya rememorado gol de Enrique Borja.


En sus otras facetas, formando mancuerna con Jacobo Morett, hizo gala de su enorme cultura general en la radio, siendo ambos capaces de responder al aire cualquier pregunta sobre cualquier tema. Este mismo compañero de tantas emisiones contó alguna vez cómo don Fernando, haciendo simplemente lo que la inspiración le mandaba, se convirtió en cátedra viviente del periodismo:
Siendo Manuel Buendía director de La Prensa, encargó a Marcos que cubriera el funeral de Pedro Rodríguez. El maestro, entonces, hizo una crónica que culminaba así: “Las mujeres eran las que más lloraban la muerte del piloto, quizá porque son ellas las que más sufren cuando dan la vida”. Una vez publicada, Buendía recortó la crónica, salió de su oficina, la pegó donde todos la vieran y le espetó a la redacción en pleno: “¡Así es como se escribe!”

Para las últimas generaciones que tuvieron el privilegio de verlo en pantalla, don Fernando se hizo célebre por resumir los partidos de futbol únicamente en cuatro palabras. De esa misma época surgió la tan repetida pero pocas veces acreditada frase de “el último minuto también tiene 60 segundos”.
Con el paso implacable del tiempo, la vida fue necesariamente agotando a quien se la bebió a raudales durante tantas décadas. Se mantuvo fuerte y lúcido incluso después del golpe que le supuso la muerte de su esposa Rosita en julio de 1996. Pese a la tristeza, escribió hasta el último día de su periplo entre los mortales. Decidió irse en un mes mundialista por excelencia: julio. El día 18 del año 2000. En el limbo de lo que nunca sucedió, flota un mar de preguntas sobre todo lo que, además de lo que hizo, hubiera podido hacer don Fernando. Como jugador, de no haberse lesionado, formando una delantera de ensueño con “Tití” García Cortina, “el Pirata” Fuente y Horacio Casarín. Como técnico, dirigiendo a la selección en Chile 1962. Como periodista habría que pedirle, desde donde ahora esté, que nos explique lo que pasa con el futbol de hoy en día en cuatro palabras.

Bibliografía


Marcos, Fernando. Mi amante el futbol. Grijalbo, 1980.
Calderón Cardoso, Carlos. Por amor a la camiseta (1933–1950). Volumen 2 de la colección de Editorial Clío sobre historia del futbol mexicano, 1998.
Sotelo, Greco. El oficio de las canchas (1950–1970). Volumen 3 de la colección de Editorial Clío sobre historia del futbol mexicano, 1998.
Wolfson, Isaac. Historia Estadística del Futbol Profesional en México, 1996.
Revistas Teleguía, Siempre y Proceso de muy diversas fechas.
Diarios La Afición, Esto, Ovaciones, La Prensa, El Informador, La Jornada y Excélsior de muy diversas fechas.

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martes, 26 de noviembre de 2013

Marcos, el crack todólogo

Aldo Bonanni

Parte 2 de 3

Como se mencionó al final de la entrega anterior, al “morir” el Marcos futbolista “nacieron” muchos Marcos más: el árbitro, el entrenador y el periodista. Fuera de las canchas, donde ya existía el maestro, se le dio a luz por aquellos años al abogado. Más tarde vendrían el director y el productor de cine.
Recién retirado de los campos de juego, don Fernando incursionó en la narración deportiva en la estación XFAT. Poco después, viajó a Berlín para cubrir los Juegos Olímpicos de 1936. Su voz, a partir de entonces, se escuchó en los cines de toda América Latina como el cronista de muchos noticieros que precedían a las películas por aquellos años. En toda su trayectoria, calculaba él mismo, llegó a ser el locutor de más de 5 mil de estos segmentos informativos.
El árbitro apareció en 1937, en la final de Copa jugada el 25 de octubre del referido año, en la cual el Asturias se impuso al América por 5–3. Dos años más tarde protagonizaría uno de los hechos más recordados de toda la historia del balompié mexicano.
El 26 de marzo de 1939, el Necaxa y el Asturias se enfrentaban en un partido de la liga. La rivalidad entre ambos equipos había crecido con los años, y se había acrecentado la campaña anterior, cuando, con tres goles de Horacio Casarín, los rojiblancos le habían endosado a los asturianos un humillante 5–1 que les permitió enfilarse al título de liga 1937–38. Ahora, para el de 1938–39, ambos clubes se disputaban, junto con el Euzkadi y el España, el campeonato. Enardecidos por la rivalidad, los albiazules iniciaron un juego violento contra sus rivales, en concreto hacia el ya citado autor del hat trick la temporada precedente, y quien, para colmo, ya les marcaría el primero del encuentro a los 9 minutos. Tres antes, a los seis, lo “prendió” Carlos Laviada, y salió en camilla. A los 14 Antonio “el Negro” León le dio un planchazo en la rodilla, tronándole el ligamento; se lesionó el menisco, y volvió a salir en camilla. Ahí comenzaron los problemas para Marcos, quien fue acusado de no hacer nada y permitir que la violencia se extendiera por todo el campo. Increíblemente, Casarín volvió a la cancha una vez más, pero a los 18 minutos, en un tiro de equina, José Soto y el ídolo necaxista saltaron en pos del balón. No tocaron la pelota y cayeron. Soto se levantó, pero Casarín gritaba de dolor. Ya no volvería al juego… ni en esa tarde ni en dos años más. No obstante, el juego brusco del Asturias tuvo respuesta: el rojiblanco Marcial Ortiz cometió una clara falta sobre Efraín Ruiz dentro del área. Marcos decretó el penal y el Asturias anotó un gol que le permitiría rescatar el empate a 2. El público, supuestamente enardecido por el resultado, comenzó a prender fogatas que en poco tiempo provocaron el incendio del mayor estadio de aquel entonces en la capital mexicana. Un estadio de madera. La versión oficial de los hechos fue que por el mal arbitraje de Fernando Marcos la afición necaxista quemó el recinto. Nada más injusto para nuestro biografiado. Si, efectivamente, permitió el juego violento, especialmente contra Casarín, ello debe disociarse por completo de lo que hoy, a la luz de los años, bien se sabe, fue un atentado político consentido por el gobierno cardenista, de evidentes simpatías con la República Española. Al otro lado del mar, ésta se desplomaba por aquellas mismas fechas. El incendio del Parque Asturias el 26 de marzo y el ataque al casino del Club España dos días más tarde fueron actos de absoluto cariz político promovidos por alguien a quien el resultado de la Guerra Civil Española, y no el del Asturias–Necaxa, era lo que le molestaba.

Entrenador, abogado, director, productor…

Poco antes de los violentos sucesos del parque Asturias, Fernando Marcos aceptó dirigir a una selección nacional juvenil, incursionando así en la labor de técnico. Al final de cuentas esa primera experiencia no fue del todo grata, pues sus dirigidos perdieron el único partido que disputaron ante un combinado cubano plagado de “juveniles” mayores de 25 años.
Pese al escándalo del incendio, siguió siendo árbitro hasta 1942. Mientras tanto, combinó sus apariciones en el campo con su carrera de locutor y con sus primeras apariciones como cronista en la prensa escrita.
Pero a todo ello sumó también una nueva profesión: en 1938 comenzó a estudiar Derecho en la UNAM, donde fue compañero de los futuros presidentes Luis Echeverría álvarez y José López Portillo, y de donde se graduó como abogado en 1942, mismo año en que comenzó a trabajar para la Cadena Radio Continental. Y ya un año antes el incansable personaje había comenzado a dirigir los noticieros de CLASA para los que prestaba su voz. De este modo, la claqueta y la silla también se hicieron parte de su inagotable currículum.
Las incursiones no se detuvieron ahí: en 1948 Fernando Marcos se convirtió en productor de cine. La película más famosa en la que intervino desde esta posición fue la inolvidable Salón México (1949), con Marga López, Miguel Inclán, Rodolfo Acosta, Roberto Cañedo y Mimí Derba. Sin duda, un clásico de la época de oro.
Pero como el protagonista de esta historia no podía hacer nunca una sola cosa a la vez, en el mismo 1948 encaró su siguiente reto en los terrenos de juego. En una crónica periodística criticó el mal juego del Asturias, equipo que pese a su notable plantilla ocupaba las últimas posiciones del campeonato. El presidente del club, “para quitarle lo hablador”, le ofreció la dirección técnica del conjunto albiazul. Marcos, por supuesto, aceptó. Al final de la temporada, bajo su mando, el Asturias subió hasta la quinta posición. En la campaña siguiente fue destituido del cargo. No por malos resultados. Marcos transmitía para la radio, desde la banca, los mismos juegos que dirigía, y al final de éstos escribía su crónica para el periódico. Ahí estaba el problema: ya desde esa época comenzaba a molestar en México que alguien sobresaliera en tantas cosas. Los cangrejos no perdonan el éxito.


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viernes, 15 de noviembre de 2013

Marcos, el crack todólogo

Aldo Bonanni

Parte 1 de 3

La imagen va desde aquel triste 18 de julio de 2000, en el Pedregal de San ángel, y de inmediato retrocede hasta pocos meses después de la Decena Trágica, en la San Rafael. Son dos ciudades distintas, aunque tengan la misma denominación. Dos ciudades tocadas, abrazadas al mismo tiempo por quien fue ariete, interior, árbitro y entrenador. Todo esto nada más dentro del campo de futbol. Fuera de él, periodista, cronista, comentarista, columnista, narrador y analista. Fuera del futbol, en otros terrenos de juego, beisbolista, volibolista, saltador triple, velocista y profesor de educación física. Fuera del deporte, lector insaciable, hombre de vasta cultura general, maestro normalista, abogado, productor y locutor cinematográfico. Por si fuera poco, alguien que desde joven aceptó toda clase de trabajos, aunque nunca pidiera ninguno: mozo de cantina, inspector de camiones… quién sabe cuántas cosas más.
Y de vuelta a la imagen, se desliza desde el féretro en alguna funeraria en Félix Cuevas hasta la estampa de un niño en el México de la convulsión revolucionaria, igual yendo de la mano de don Egidio, su padre, a ver jugar al España… igual escapándose de la escuela para irse a jugar al beisbol con la pelota que fabricara con una canica y una media de hilo de la hermana.
Hay muchas maneras de recorrer una vida tan intensa, pero casi siempre, al hacerlo, se escuchan cuatro palabras. Casi siempre, porque a veces la experta voz del narrador se hincha de júbilo, y las cuatro palabras se convierten en tres: “¡Borja, no falles!” Y luego otras tres: “¡Gol de México!”
Es la película imaginaria de la vida de don Fernando Marcos. Hoy no le toca el noticiero que abre el programa cinematográfico. Hoy le toca la función estelar, pues a pocos días de cumplirse 100 años de su natalicio, es justo que el futbol mexicano rememore a un personaje que tanto le dio.
El 30 de noviembre de 1913, en los caóticos días de la dictadura huertista, nació el hijo de Egidio Marcos –un inmigrante gallego, nativo de Barro, en Pontevedra– y Filomena González –también española. No fue un niño ordinario: terminó la primaria en tres años, y por eso le sobró tiempo para trabajar en diversos oficios y entretenerse con diversos deportes. Pero entre todo ello, el rodar de la pelota terminó por enamorarle, seguramente influido por las ya referidas asistencias al Parque España. Ahí vio el juego nada preciosista pero sí muy efectivo de los albinegros, amos absolutos del balompié mexicano en aquellos años. Vio muchas cosas en esos partidos; incluso morir a un hombre que estaba sentado junto a él en la tribuna y que recibió un tiro en la cabeza luego de una riña.
La escuela pronto se volvió aburrida para alguien que desde que aprendió a leer tuvo en los libros a sus mejores amigos. Los mejores… hasta que quedó prendado de la pelota. Al poco tiempo, también las tablas que usaba como bates fueron hechas a un lado, y formó un equipo de futbol que jugaba tan bien que cuando el dueño del Germania, el club de la colonia alemana, lo vio, dijo que a partir de ese momento ese conjunto conformaría el cuadro infantil de “los fúnebres”. Y entonces vino el pacto: los mozalbetes juraron que o llegaban todos juntos a Primera o ninguno.
El destino hizo que el joven Marcos no pudiera cumplir esa promesa. Un día de 1931, el primer equipo del Germania tenía que afrontar un partido contando el entrenador suizo Piero Cattori con solo 10 jugadores. Notando el faltante, con toda astucia, Marcos se paseó frente al técnico hasta que éste lo llamó a cambiarse para entrar al campo de juego. Ese día anotó un gol, pero lo más importante fue que llamó la atención de Baltazar Junco, hábil directivo del Club España, quien le ofreció jugar con los albinegros el próximo partido, contra el América. El joven le metió un doblete a los cremas, por lo que Junco le pagó con 25 pesos (su padre le daba 50 centavos de “domingo”) y lo siguió invitando a jugar partidos con los hispanos, hasta que definitivamente le ofreció incorporarse oficialmente al equipo. Fiel al pacto con sus compañeros, Marcos declinó la oferta… por un tiempo: la firme autoridad paterna de don Egidio, fulminantemente, se impuso, y el extraordinario muchacho acabó vistiendo la casaca del equipo más laureado de toda la historia del futbol en México.
En el club hispano se reencontró con Luis “Tití” García Cortina, otrora su compañero de escuela en el Colegio Francés, y coincidió también con alguien con quien formaría una gran mancuerna dentro y fuera del campo: otro Luis, “el Pirata” de la Fuente. En las filas albinegras –de donde también saldría Manuel Alonso– se estaba gestando una de las mejores generaciones de futbolistas mexicanos de la historia.
Marcos ganó con el España la liga 1933–34. Cuando México tuvo que afrontar la eliminatoria para la Copa del Mundo Italia 1934, fue convocado a la selección nacional. De la Fuente y Alonso también. Al final de cuentas, nuestro biografiado solo jugó un partido eliminatorio, contra Cuba, el 18 de marzo de 1934, marcando uno de los goles con los que México aplastó a los caribeños esa tarde (4–1) en el Parque España. Pero siguió formando parte del seleccionado en toda la eliminatoria, incluido el encuentro decisivo en Roma contra Estados Unidos.

La aventura europea

Tras un viaje lleno de contratiempos, como divisiones entre los jugadores, la tan mexicana costumbre de dejar todo a la última hora (poco entrenamiento y mucha diversión en el barco), sin faltar –por supuesto– la clásica improvisación de los directivos, México arribó a la capital italiana seguro de vencer a los estadounidenses. Antes del partido, las vivencias ya se acumulaban: conocieron al Papa Pío XI, quien los bendijo; Fernando Marcos y Luis de la Fuente fueron arrestados por mentarle la madre a Mussolini; un supuesto director de cine italiano se “enamoró” del veracruzano… pero la verdad es que, entre la infaltable fiesta, el nerviosismo y la falta de preparación se iban acumulando.
El 24 de mayo, día del encuentro, en el Estadio del Partido Fascista (hoy aún en pie con el nombre de Flaminio), los dos seleccionados norteamericanos saltaron al campo. Los estadounidenses, con tres de los semifinalistas de 1930; los mexicanos, con seis jugadores del Necaxa y sólo uno del España: Manolo Alonso. Marcos y De la Fuente se quedaron en el banquillo. Su coequipero marcó el primer tanto al minuto 23, y todo parecía ir en orden, pero luego se apareció una pesadilla llamada Aldo Donelli y los gringos dieron la vuelta al marcador. Tras el descanso, el defensa derecho Antonio Azpiri fue expulsado. En ese tiempo se jugaba únicamente con dos zagueros y no había cambios. Los estragos de la ausencia de “El león de las canchas” fueron catastróficos: Donelli marcó otros dos goles, ante los cuales el tanto de “Nicho” Mejía, del Atlante, resultó insuficiente. Las barras y las estrellas se quedaban en Roma a disputar el mundial. El águila y la serpiente, maltrechas, deambularían por tierras europeas unas semanas más. Los federativos, confiados en que la selección clasificaría, habían comprado pasajes de regreso para mucho después.
En México, mientras tanto, en el Colegio Cristóbal Colón, donde Marcos trabajaba, toda actividad se suspendió para escuchar el partido por radio. A la decepción de la derrota del seleccionado se sumó la de que el maestro de ese plantel no actuó en el encuentro.
En el viejo continente, tras la derrota, el problema era costear la estancia de toda la delegación hasta que se pudiera volver. Para ello, se concertaron partidos en Suiza y en Holanda. Tras los mismos, vino el del 16 de junio en Gijón, contra la selección de Asturias. Aunque ésta venció por 5–2, cuatro jugadores llamaron la atención en la madre patria: el medio (luego sería defensa) Carlos Laviada y los delanteros Fernando Marcos, Manuel Alonso y Luis de la Fuente. Todos recibieron ofertas para quedarse a jugar en clubes hispanos. Laviada y Alonso aceptaron a la primera. Marcos y De la Fuente se negaron. De última hora, “el Pirata”, en buena medida motivado por obtener más dinero para el regreso de sus compañeros, accedió a quedarse a jugar en el Racing de Santander. Marcos tuvo que lanzarle sus maletas al muelle. Para él no había otro lugar para vivir que México. Convencido de su decisión, volvió a su país, llevando entre sus muchos recuerdos del viaje la visita al pueblo natal de su padre.

La lesión

De vuelta con el Club España, Fernando Marcos ganó con este equipo otra liga: la de 1935–36. Sería la última. En un partido contra los “rabanitos” del México, marcó tres goles. La respuesta fue una patada en la rodilla de la cual nunca pudo recuperarse. La breve carrera del futbolista había llegado a su fin. La del crack todólogo apenas estaba comenzando.

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