sábado, 30 de noviembre de 2013

Marcos, el crack todólogo

Aldo Bonanni

Parte 3 de 3

En 1952 Fernando Marcos comenzó a trabajar en la televisión mexicana, en la cual sería pionero de las narraciones de partidos de futbol. Decano de este oficio junto a Ángel Fernández, dejó toda una escuela que por desgracia ha sido sustituida en nuestros tiempos por la de los “Perros” y los Martinolis, tan lejanos al nivel intelectual de don Fernando.
De vuelta a los terrenos de juego, Marcos aceptó una nueva oferta para dirigir, en 1954, esta vez al Necaxa. Tal como lo refiere Greco Sotelo en El oficio de las canchas, luego de observar los primeros entrenamientos, concluyó que los titulares formaban una camarilla que impedía el rendimiento del equipo. Al mirar a los jóvenes de la reserva, halló a futuros valores del balompié nacional como Antonio Jasso, Alfredo del Águila, Alfonso Portugal, Jaime Salazar y Jorge Morelos. Sin dudarlo, elaboró una lista de los “figurones” caros e inútiles del primer equipo y se la presentó al licenciado Rivera Rojas, dueño del club, pidiéndole que los despidiera. Éste, rascándose la cabeza, le preguntó con quién demonios pensaba armar un equipo decente. Como respuesta, el técnico señaló a los jóvenes de la reserva. Extrañado, el directivo cuestionó: “¿Con esos pendejitos quiere usted armar un equipo como el que yo quiero?” “Pues sí, señor”, respondió Marcos, “con esos pendejitos, precisamente”.
Tal decisión no fue la única innovadora que tomó al estar al frente de los rojiblancos. Con ellos también se transformó en el primer entrenador en aplicar en México la táctica del 4–2–4, inspirada en la M–W húngara que “mató” a la W–M británica y que unos años más tarde encontraría en el Brasil de Pelé su versión más excelsa.

Tras entregar buenas cuentas con los electricistas (tercer puesto en 1954–55), pasó al Toluca, donde obtuvo el único título de toda su carrera como técnico, el de la Copa 1955–56. La temporada siguiente logró el subcampeonato de liga, solo superado por el Guadalajara de aquellos años, el mejor de toda la historia chiva.
Explicar por qué don Fernando obtuvo únicamente un título en toda su carrera como técnico es como explicar por qué Leonardo da Vinci dejó tan pocas obras con relación a la estatura de su genialidad. Si alguien no comprende la comparación, vuelva a la primera parte de esta biografía.

El creador del clásico

En 1958, Marcos pasó a dirigir al América. El equipo navegaba en los últimos lugares de la clasificación, tal cual había sido su constante casi permanente desde los años 30, ahora incluso con el peligro de descender a Segunda. Amante de los retos, don Fernando salvó a este club capitalino del descenso y lo llevó progresivamente al noveno puesto (1957–58), al cuarto (1958–59) y al segundo (1959–60). Al frente de los cremas, venció por el mismo marcador (2–0) a los tres clubes tapatíos que militaban en Primera en aquel entonces: Oro, Atlas y, por supuesto, las Chivas. Tras ello, haciendo gala de genio y mordacidad, declaró que “la nueva forma de marcar por teléfono a Guadalajara era dos–cero, dos–cero, dos–cero”, despertando la antipatía de la afición de la perla de occidente, y creando así la rivalidad más importante del futbol mexicano de la época. “Ya estábamos listos para retar al Guadalajara”, contaría él mismo más adelante. “Decidimos, ya que ellos eran el muchacho de la película, ser nosotros el villano; si ellos eran los modestos muchachos mexicanos, nosotros íbamos a ser los soberbios riquillos con extranjeros”.
Cría cuervos y te sacarán los ojos, dice el dicho. Marcos no sabía que con su brillantez estaba contribuyendo a gestar un leviatán que con el tiempo él mismo tendría que repudiar de algún modo. Su proyecto para el América fue posible gracias a que el histórico equipo fue comprado por esas fechas por la televisión privada… el resto, bien sabemos, es historia. Cuando la poderosa cadena se apropió del equipo, don Fernando era el candidato idóneo para seguir al frente del mismo. Pero entonces se le presentó otro desafío en el horizonte: dirigir a la selección nacional.

Invicto con México

Guillermo Cañedo, presidente del Club América y uno de los dirigentes de la Federación Mexicana de Futbol, fue quien le propuso a Marcos que se hiciera cargo de la selección. Él aceptó, pero con una condición: no cobrar nada, ya que consideraba un honor dirigir al representativo de su país. Ello concordaba con una costumbre que mantuvo a lo largo de toda su vida: era todólogo porque vivía de lo demás en lo que trabajaba, menos del futbol. El balompié fue, desde sus primeros años, una actividad extra, aunque en muchas etapas de su existencia le absorbiera la totalidad de su tiempo. En el crepúsculo de su paso por el mundo todavía se ufanaba de ahorrar íntegramente lo que el deporte profesional le había proporcionado.
Durante su breve trayectoria al frente del equipo nacional, no conoció la derrota, y logró lo que en ese entonces constituyó un hito: vencer por primera vez en la historia a Inglaterra. Fue el 24 de mayo de 1959, en el Estadio de la Ciudad Universitaria. Ese día, México supo remontar un 0–1 adverso (gol de Kevan) para lograr una voltereta histórica, con tantos de Raúl Cárdenas (’26) y Chava Reyes (’67).
Lamentablemente, una campaña en su contra surtió efecto sobre el carácter muchas veces explosivo del genio, y al cabo de unos meses arrojó la estafeta de la selección. Peor aún: el exabrupto bastó para que al poco tiempo, luego de volver al América por un tiempo, decidiera no volver a dirigir en su vida.

Maestro del periodismo


Fuera con prensa escrita, radio o televisión, Fernando Marcos cubrió 13 Copas del Mundo de futbol y otros tantos Juegos Olímpicos. Durante más de 20 años, fue el narrador principal de la televisión privada, hasta que, a mediados de la década de los 70, dejó el emporio Azcárraga para irse a la televisora estatal: el Canal 13, más tarde Imevisión. Cuando un colega le cuestionó por qué se había marchado a la competencia, don Fernando le respondió: “No me pasé a la competencia, me salí de la incompetencia”.
Alejado –ahora sí– de su contacto directo con la cancha, se dedicó a hacer historia desde la crónica deportiva. Le tocó narrar, entre muchos otros encuentros, la primera victoria de México en los mundiales (contra Checoslovaquia, 3–1, en 1962) y el partido del siglo (semifinal 1970: Italia 4–Alemania 3). También, por supuesto, aquel 1–1 con Francia en Inglaterra ’66, con el ya rememorado gol de Enrique Borja.


En sus otras facetas, formando mancuerna con Jacobo Morett, hizo gala de su enorme cultura general en la radio, siendo ambos capaces de responder al aire cualquier pregunta sobre cualquier tema. Este mismo compañero de tantas emisiones contó alguna vez cómo don Fernando, haciendo simplemente lo que la inspiración le mandaba, se convirtió en cátedra viviente del periodismo:
Siendo Manuel Buendía director de La Prensa, encargó a Marcos que cubriera el funeral de Pedro Rodríguez. El maestro, entonces, hizo una crónica que culminaba así: “Las mujeres eran las que más lloraban la muerte del piloto, quizá porque son ellas las que más sufren cuando dan la vida”. Una vez publicada, Buendía recortó la crónica, salió de su oficina, la pegó donde todos la vieran y le espetó a la redacción en pleno: “¡Así es como se escribe!”

Para las últimas generaciones que tuvieron el privilegio de verlo en pantalla, don Fernando se hizo célebre por resumir los partidos de futbol únicamente en cuatro palabras. De esa misma época surgió la tan repetida pero pocas veces acreditada frase de “el último minuto también tiene 60 segundos”.
Con el paso implacable del tiempo, la vida fue necesariamente agotando a quien se la bebió a raudales durante tantas décadas. Se mantuvo fuerte y lúcido incluso después del golpe que le supuso la muerte de su esposa Rosita en julio de 1996. Pese a la tristeza, escribió hasta el último día de su periplo entre los mortales. Decidió irse en un mes mundialista por excelencia: julio. El día 18 del año 2000. En el limbo de lo que nunca sucedió, flota un mar de preguntas sobre todo lo que, además de lo que hizo, hubiera podido hacer don Fernando. Como jugador, de no haberse lesionado, formando una delantera de ensueño con “Tití” García Cortina, “el Pirata” Fuente y Horacio Casarín. Como técnico, dirigiendo a la selección en Chile 1962. Como periodista habría que pedirle, desde donde ahora esté, que nos explique lo que pasa con el futbol de hoy en día en cuatro palabras.

Bibliografía


Marcos, Fernando. Mi amante el futbol. Grijalbo, 1980.
Calderón Cardoso, Carlos. Por amor a la camiseta (1933–1950). Volumen 2 de la colección de Editorial Clío sobre historia del futbol mexicano, 1998.
Sotelo, Greco. El oficio de las canchas (1950–1970). Volumen 3 de la colección de Editorial Clío sobre historia del futbol mexicano, 1998.
Wolfson, Isaac. Historia Estadística del Futbol Profesional en México, 1996.
Revistas Teleguía, Siempre y Proceso de muy diversas fechas.
Diarios La Afición, Esto, Ovaciones, La Prensa, El Informador, La Jornada y Excélsior de muy diversas fechas.

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martes, 26 de noviembre de 2013

Marcos, el crack todólogo

Aldo Bonanni

Parte 2 de 3

Como se mencionó al final de la entrega anterior, al “morir” el Marcos futbolista “nacieron” muchos Marcos más: el árbitro, el entrenador y el periodista. Fuera de las canchas, donde ya existía el maestro, se le dio a luz por aquellos años al abogado. Más tarde vendrían el director y el productor de cine.
Recién retirado de los campos de juego, don Fernando incursionó en la narración deportiva en la estación XFAT. Poco después, viajó a Berlín para cubrir los Juegos Olímpicos de 1936. Su voz, a partir de entonces, se escuchó en los cines de toda América Latina como el cronista de muchos noticieros que precedían a las películas por aquellos años. En toda su trayectoria, calculaba él mismo, llegó a ser el locutor de más de 5 mil de estos segmentos informativos.
El árbitro apareció en 1937, en la final de Copa jugada el 25 de octubre del referido año, en la cual el Asturias se impuso al América por 5–3. Dos años más tarde protagonizaría uno de los hechos más recordados de toda la historia del balompié mexicano.
El 26 de marzo de 1939, el Necaxa y el Asturias se enfrentaban en un partido de la liga. La rivalidad entre ambos equipos había crecido con los años, y se había acrecentado la campaña anterior, cuando, con tres goles de Horacio Casarín, los rojiblancos le habían endosado a los asturianos un humillante 5–1 que les permitió enfilarse al título de liga 1937–38. Ahora, para el de 1938–39, ambos clubes se disputaban, junto con el Euzkadi y el España, el campeonato. Enardecidos por la rivalidad, los albiazules iniciaron un juego violento contra sus rivales, en concreto hacia el ya citado autor del hat trick la temporada precedente, y quien, para colmo, ya les marcaría el primero del encuentro a los 9 minutos. Tres antes, a los seis, lo “prendió” Carlos Laviada, y salió en camilla. A los 14 Antonio “el Negro” León le dio un planchazo en la rodilla, tronándole el ligamento; se lesionó el menisco, y volvió a salir en camilla. Ahí comenzaron los problemas para Marcos, quien fue acusado de no hacer nada y permitir que la violencia se extendiera por todo el campo. Increíblemente, Casarín volvió a la cancha una vez más, pero a los 18 minutos, en un tiro de equina, José Soto y el ídolo necaxista saltaron en pos del balón. No tocaron la pelota y cayeron. Soto se levantó, pero Casarín gritaba de dolor. Ya no volvería al juego… ni en esa tarde ni en dos años más. No obstante, el juego brusco del Asturias tuvo respuesta: el rojiblanco Marcial Ortiz cometió una clara falta sobre Efraín Ruiz dentro del área. Marcos decretó el penal y el Asturias anotó un gol que le permitiría rescatar el empate a 2. El público, supuestamente enardecido por el resultado, comenzó a prender fogatas que en poco tiempo provocaron el incendio del mayor estadio de aquel entonces en la capital mexicana. Un estadio de madera. La versión oficial de los hechos fue que por el mal arbitraje de Fernando Marcos la afición necaxista quemó el recinto. Nada más injusto para nuestro biografiado. Si, efectivamente, permitió el juego violento, especialmente contra Casarín, ello debe disociarse por completo de lo que hoy, a la luz de los años, bien se sabe, fue un atentado político consentido por el gobierno cardenista, de evidentes simpatías con la República Española. Al otro lado del mar, ésta se desplomaba por aquellas mismas fechas. El incendio del Parque Asturias el 26 de marzo y el ataque al casino del Club España dos días más tarde fueron actos de absoluto cariz político promovidos por alguien a quien el resultado de la Guerra Civil Española, y no el del Asturias–Necaxa, era lo que le molestaba.

Entrenador, abogado, director, productor…

Poco antes de los violentos sucesos del parque Asturias, Fernando Marcos aceptó dirigir a una selección nacional juvenil, incursionando así en la labor de técnico. Al final de cuentas esa primera experiencia no fue del todo grata, pues sus dirigidos perdieron el único partido que disputaron ante un combinado cubano plagado de “juveniles” mayores de 25 años.
Pese al escándalo del incendio, siguió siendo árbitro hasta 1942. Mientras tanto, combinó sus apariciones en el campo con su carrera de locutor y con sus primeras apariciones como cronista en la prensa escrita.
Pero a todo ello sumó también una nueva profesión: en 1938 comenzó a estudiar Derecho en la UNAM, donde fue compañero de los futuros presidentes Luis Echeverría álvarez y José López Portillo, y de donde se graduó como abogado en 1942, mismo año en que comenzó a trabajar para la Cadena Radio Continental. Y ya un año antes el incansable personaje había comenzado a dirigir los noticieros de CLASA para los que prestaba su voz. De este modo, la claqueta y la silla también se hicieron parte de su inagotable currículum.
Las incursiones no se detuvieron ahí: en 1948 Fernando Marcos se convirtió en productor de cine. La película más famosa en la que intervino desde esta posición fue la inolvidable Salón México (1949), con Marga López, Miguel Inclán, Rodolfo Acosta, Roberto Cañedo y Mimí Derba. Sin duda, un clásico de la época de oro.
Pero como el protagonista de esta historia no podía hacer nunca una sola cosa a la vez, en el mismo 1948 encaró su siguiente reto en los terrenos de juego. En una crónica periodística criticó el mal juego del Asturias, equipo que pese a su notable plantilla ocupaba las últimas posiciones del campeonato. El presidente del club, “para quitarle lo hablador”, le ofreció la dirección técnica del conjunto albiazul. Marcos, por supuesto, aceptó. Al final de la temporada, bajo su mando, el Asturias subió hasta la quinta posición. En la campaña siguiente fue destituido del cargo. No por malos resultados. Marcos transmitía para la radio, desde la banca, los mismos juegos que dirigía, y al final de éstos escribía su crónica para el periódico. Ahí estaba el problema: ya desde esa época comenzaba a molestar en México que alguien sobresaliera en tantas cosas. Los cangrejos no perdonan el éxito.


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viernes, 15 de noviembre de 2013

Marcos, el crack todólogo

Aldo Bonanni

Parte 1 de 3

La imagen va desde aquel triste 18 de julio de 2000, en el Pedregal de San ángel, y de inmediato retrocede hasta pocos meses después de la Decena Trágica, en la San Rafael. Son dos ciudades distintas, aunque tengan la misma denominación. Dos ciudades tocadas, abrazadas al mismo tiempo por quien fue ariete, interior, árbitro y entrenador. Todo esto nada más dentro del campo de futbol. Fuera de él, periodista, cronista, comentarista, columnista, narrador y analista. Fuera del futbol, en otros terrenos de juego, beisbolista, volibolista, saltador triple, velocista y profesor de educación física. Fuera del deporte, lector insaciable, hombre de vasta cultura general, maestro normalista, abogado, productor y locutor cinematográfico. Por si fuera poco, alguien que desde joven aceptó toda clase de trabajos, aunque nunca pidiera ninguno: mozo de cantina, inspector de camiones… quién sabe cuántas cosas más.
Y de vuelta a la imagen, se desliza desde el féretro en alguna funeraria en Félix Cuevas hasta la estampa de un niño en el México de la convulsión revolucionaria, igual yendo de la mano de don Egidio, su padre, a ver jugar al España… igual escapándose de la escuela para irse a jugar al beisbol con la pelota que fabricara con una canica y una media de hilo de la hermana.
Hay muchas maneras de recorrer una vida tan intensa, pero casi siempre, al hacerlo, se escuchan cuatro palabras. Casi siempre, porque a veces la experta voz del narrador se hincha de júbilo, y las cuatro palabras se convierten en tres: “¡Borja, no falles!” Y luego otras tres: “¡Gol de México!”
Es la película imaginaria de la vida de don Fernando Marcos. Hoy no le toca el noticiero que abre el programa cinematográfico. Hoy le toca la función estelar, pues a pocos días de cumplirse 100 años de su natalicio, es justo que el futbol mexicano rememore a un personaje que tanto le dio.
El 30 de noviembre de 1913, en los caóticos días de la dictadura huertista, nació el hijo de Egidio Marcos –un inmigrante gallego, nativo de Barro, en Pontevedra– y Filomena González –también española. No fue un niño ordinario: terminó la primaria en tres años, y por eso le sobró tiempo para trabajar en diversos oficios y entretenerse con diversos deportes. Pero entre todo ello, el rodar de la pelota terminó por enamorarle, seguramente influido por las ya referidas asistencias al Parque España. Ahí vio el juego nada preciosista pero sí muy efectivo de los albinegros, amos absolutos del balompié mexicano en aquellos años. Vio muchas cosas en esos partidos; incluso morir a un hombre que estaba sentado junto a él en la tribuna y que recibió un tiro en la cabeza luego de una riña.
La escuela pronto se volvió aburrida para alguien que desde que aprendió a leer tuvo en los libros a sus mejores amigos. Los mejores… hasta que quedó prendado de la pelota. Al poco tiempo, también las tablas que usaba como bates fueron hechas a un lado, y formó un equipo de futbol que jugaba tan bien que cuando el dueño del Germania, el club de la colonia alemana, lo vio, dijo que a partir de ese momento ese conjunto conformaría el cuadro infantil de “los fúnebres”. Y entonces vino el pacto: los mozalbetes juraron que o llegaban todos juntos a Primera o ninguno.
El destino hizo que el joven Marcos no pudiera cumplir esa promesa. Un día de 1931, el primer equipo del Germania tenía que afrontar un partido contando el entrenador suizo Piero Cattori con solo 10 jugadores. Notando el faltante, con toda astucia, Marcos se paseó frente al técnico hasta que éste lo llamó a cambiarse para entrar al campo de juego. Ese día anotó un gol, pero lo más importante fue que llamó la atención de Baltazar Junco, hábil directivo del Club España, quien le ofreció jugar con los albinegros el próximo partido, contra el América. El joven le metió un doblete a los cremas, por lo que Junco le pagó con 25 pesos (su padre le daba 50 centavos de “domingo”) y lo siguió invitando a jugar partidos con los hispanos, hasta que definitivamente le ofreció incorporarse oficialmente al equipo. Fiel al pacto con sus compañeros, Marcos declinó la oferta… por un tiempo: la firme autoridad paterna de don Egidio, fulminantemente, se impuso, y el extraordinario muchacho acabó vistiendo la casaca del equipo más laureado de toda la historia del futbol en México.
En el club hispano se reencontró con Luis “Tití” García Cortina, otrora su compañero de escuela en el Colegio Francés, y coincidió también con alguien con quien formaría una gran mancuerna dentro y fuera del campo: otro Luis, “el Pirata” de la Fuente. En las filas albinegras –de donde también saldría Manuel Alonso– se estaba gestando una de las mejores generaciones de futbolistas mexicanos de la historia.
Marcos ganó con el España la liga 1933–34. Cuando México tuvo que afrontar la eliminatoria para la Copa del Mundo Italia 1934, fue convocado a la selección nacional. De la Fuente y Alonso también. Al final de cuentas, nuestro biografiado solo jugó un partido eliminatorio, contra Cuba, el 18 de marzo de 1934, marcando uno de los goles con los que México aplastó a los caribeños esa tarde (4–1) en el Parque España. Pero siguió formando parte del seleccionado en toda la eliminatoria, incluido el encuentro decisivo en Roma contra Estados Unidos.

La aventura europea

Tras un viaje lleno de contratiempos, como divisiones entre los jugadores, la tan mexicana costumbre de dejar todo a la última hora (poco entrenamiento y mucha diversión en el barco), sin faltar –por supuesto– la clásica improvisación de los directivos, México arribó a la capital italiana seguro de vencer a los estadounidenses. Antes del partido, las vivencias ya se acumulaban: conocieron al Papa Pío XI, quien los bendijo; Fernando Marcos y Luis de la Fuente fueron arrestados por mentarle la madre a Mussolini; un supuesto director de cine italiano se “enamoró” del veracruzano… pero la verdad es que, entre la infaltable fiesta, el nerviosismo y la falta de preparación se iban acumulando.
El 24 de mayo, día del encuentro, en el Estadio del Partido Fascista (hoy aún en pie con el nombre de Flaminio), los dos seleccionados norteamericanos saltaron al campo. Los estadounidenses, con tres de los semifinalistas de 1930; los mexicanos, con seis jugadores del Necaxa y sólo uno del España: Manolo Alonso. Marcos y De la Fuente se quedaron en el banquillo. Su coequipero marcó el primer tanto al minuto 23, y todo parecía ir en orden, pero luego se apareció una pesadilla llamada Aldo Donelli y los gringos dieron la vuelta al marcador. Tras el descanso, el defensa derecho Antonio Azpiri fue expulsado. En ese tiempo se jugaba únicamente con dos zagueros y no había cambios. Los estragos de la ausencia de “El león de las canchas” fueron catastróficos: Donelli marcó otros dos goles, ante los cuales el tanto de “Nicho” Mejía, del Atlante, resultó insuficiente. Las barras y las estrellas se quedaban en Roma a disputar el mundial. El águila y la serpiente, maltrechas, deambularían por tierras europeas unas semanas más. Los federativos, confiados en que la selección clasificaría, habían comprado pasajes de regreso para mucho después.
En México, mientras tanto, en el Colegio Cristóbal Colón, donde Marcos trabajaba, toda actividad se suspendió para escuchar el partido por radio. A la decepción de la derrota del seleccionado se sumó la de que el maestro de ese plantel no actuó en el encuentro.
En el viejo continente, tras la derrota, el problema era costear la estancia de toda la delegación hasta que se pudiera volver. Para ello, se concertaron partidos en Suiza y en Holanda. Tras los mismos, vino el del 16 de junio en Gijón, contra la selección de Asturias. Aunque ésta venció por 5–2, cuatro jugadores llamaron la atención en la madre patria: el medio (luego sería defensa) Carlos Laviada y los delanteros Fernando Marcos, Manuel Alonso y Luis de la Fuente. Todos recibieron ofertas para quedarse a jugar en clubes hispanos. Laviada y Alonso aceptaron a la primera. Marcos y De la Fuente se negaron. De última hora, “el Pirata”, en buena medida motivado por obtener más dinero para el regreso de sus compañeros, accedió a quedarse a jugar en el Racing de Santander. Marcos tuvo que lanzarle sus maletas al muelle. Para él no había otro lugar para vivir que México. Convencido de su decisión, volvió a su país, llevando entre sus muchos recuerdos del viaje la visita al pueblo natal de su padre.

La lesión

De vuelta con el Club España, Fernando Marcos ganó con este equipo otra liga: la de 1935–36. Sería la última. En un partido contra los “rabanitos” del México, marcó tres goles. La respuesta fue una patada en la rodilla de la cual nunca pudo recuperarse. La breve carrera del futbolista había llegado a su fin. La del crack todólogo apenas estaba comenzando.

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domingo, 29 de septiembre de 2013

Silvio Piola: a un siglo

Aldo Bonanni

Un día como hoy, pero de hace un siglo, nació en Robbio, Italia, Silvio Piola, prototipo del clásico centro delantero italiano: ancestro en el campo y modelo de los Paolo Rossi, Schillaci, Vieri o Toni. Igual de potente y efectivo ante el marco que cualquiera de ellos, aunque sin duda con más técnica. Goleaba indistintamente con ambas piernas, remataba de cabeza y tenía un preciso disparo de media y larga distancia. Campeón del mundo en 1938, sigue ostentando la marca de ser el máximo realizador en toda la historia de la Serie A, y es también el tercer máximo anotador de la selección italiana. Por supuesto, es también el hombre que más goles ha anotado vistiendo la casaca de la Lazio, el equipo de sus mejores años.
Piola inició su carrera en el Pro Vercelli en 1929. Sus cualidades llamaron la atención de Eugenio Gualdi, presidente de la citada entidad romana, quien lo llevó a la misma, donde Piola viviría el clímax de su carrera. Con este club fue capocannonieri de la Serie A en 1936–37 y 1942–43, en ambas ocasiones con 21 goles.
Vittorio Pozzo lo convocó a la Nazionale B en 1934, para la cual disputó 6 partidos y anotó 11 goles que le valieron formar parte del equipo mayor, con el que debutó el 24 de marzo de 1935 en Viena, derrotando Italia a domicilio a Austria con dos goles suyos dentro de la Copa Dr. Gerö, un antecedente de la actual Euro y de la cual los azzurri se proclamaron campeones. Ese fue el primer título de Piola con Italia, pero el más importante, por supuesto, fue la Copa del Mundo de 1938, en la cual formó una gran pareja con Giuseppe Meazza. Con sus 5 goles, Piola fue el máximo goleador de su seleccionado y el tercer mejor anotador del torneo.
Jugó en total 34 partidos con la selección A de Italia. Para lo anecdótico resalta que el 13 de mayo de 1939, en Milán, se le adelantó nada menos que 47 años a Maradona en hacerle un gol con la mano a Inglaterra.
En 1943, mientras Italia se rendía a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, abandonó la Lazio y pasó a formar parte no de cualquier Torino, sino del Gran Torino, aquel mítico equipo en el que ya militaban Valentino Mazzola, Ezio Loik y Guglielmo Gabetto, con quienes integró una delantera de ensueño. Como dato curioso, fue en su etapa con este club en la cual Piola logró su mejor registro goleador en una temporada liguera, con 27 tantos.
Tras la interrupción de las competencias por el conflicto bélico, se integró a la Juventus, y después de dos temporadas pasó al Novara, donde se retiró en 1954, a la edad de 41 años. Como técnico dirigió al Cagliari.
Silvio Piola, tal vez el mejor “9” de toda la historia del calcio, falleció el 3 de octubre de 1996.


La ficha de su trayectoria

Para verla únicamente dale “click” a la siguiente imagen y recuerda que el presente trabajo es fruto de muchos años de investigación. Te agradeceré me des el crédito si usas esta información, tal como yo lo hago con quienes me apoyaron al respecto.


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miércoles, 25 de septiembre de 2013

El centenario de Bican: el hombre que más goles ha metido

Aldo Bonanni

El futbol es como un teatro, la gente paga por ello, por divertirse con los jugadores. Por lo tanto, así nos debemos conducir.

Josef Bican

El 25 de septiembre de 1913, es decir hace un siglo, nació en Viena el hombre que más goles ha anotado a nivel mundial en competencias de primera categoría en toda la historia: Josef Bican.
Integrante del wunderteam de los años 30 del siglo pasado, disputó con Austria la II Copa del Mundo, en la cual los centroeuropeos ocuparon la cuarta posición. Bican hizo sólo un gol en esta contienda, pero los otros 1478 que anotó a lo largo de su trayectoria profesional lo convierten en el amo y señor absoluto en este rubro, superando a cracks como Gerd Müller, Arthur Friedenreich, Pelé, Ernest Willimowski o su compatriota Franz Binder, todos ellos también por encima del millar de goles.

Magnífico cobrador de tiros libres y penales con ambas piernas, jugaba generalmente como interior, pero la verdad es que era capaz de ocupar cualquiera de las cinco posiciones que en su tiempo se estilaban en las delanteras: podía estar en ambas bandas, también como extremo, o jugando como centro delantero. Así de impresionante resultaba su versatilidad. Por si lo anterior fuera poco, también era capaz de correr los 100 metros planos por debajo de los 11 segundos, otra marca espectacular si consideramos los estándares de su época. Basta comparar su registro de 10.8 con el 10.3 logrado por Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Esa velocidad constituyó el secreto para que consiguiera otro récord: el de nunca haberse lesionado. Al respecto solía decir que “el buen jugador no debe permitir que el adversario tenga la posibilidad de lesionarle. Para ello debe evitar toda situación de peligro y alejarse con el balón controlado”.
Bican inició su carrera en las inferiores del Hertha Viena a la edad de 12 años. Se había quedado huérfano de padre luego de que éste, futbolista también, falleciera a consecuencia de un golpe en los riñones recibido durante un partido. Su madre, ayudante de cocina en un restaurante, apoyó las aspiraciones de su excepcional hijo a pesar de las dificultades económicas por su viudez.
La esperanza dio frutos, y “Pepi” pasó al Schustek y luego al Farbenlutz antes de ingresar al equipo amateur del Rapid Viena. Ahí, ya con 18 años y dando las primeras muestras de su incomparable capacidad realizadora, dio el salto a la reserva y en muy poco tiempo al primer equipo. La temporada de su consagración fue la 1933–34, en la cual Hugo Meisl lo incluyó en el seleccionado austriaco, el ya referido e inolvidable wunderteam, y al final de la cual logró el primero de los 12 títulos de goleo individual que obtuvo a lo largo de su carrera. Las 28 anotaciones con las que se transformó en el máximo artillero de la liga austriaca fueron su pasaporte para el único mundial que disputó: el ya mencionado de Italia en 1934, donde formó en una delantera encabezada por otro genio: Matthias Sindelar. El único gol mundialista de Bican fue el que le hizo a Francia en Turín el 25 de mayo, dentro de los octavos de final.
En 1935 pasó al Admira vienés, pero en 1937 decidió fichar por el que sería el equipo de sus amores: el Slavia de Praga. Fue vistiendo la casaca rojiblanca de este conjunto que Bican logró sus más impresionantes registros goleadores, obteniendo con ella otros 10 títulos de máximo realizador, siete de ellos de manera consecutiva.


Pese a que un error burocrático le impidió disputar la Copa del Mundo de 1938, debutó con la selección checoslovaca en agosto de ese año. Tras la desaparición temporal de este país, Bican vistió la playera de Bohemia–Moravia, con la cual una vez le hizo un hat trick al orgulloso representativo de la Alemania nazi.
Hablando de regímenes totalitarios, nuestro biografiado se destacó también por la habilidad de evadir la política y dedicarse únicamente al futbol. Regateó sucesivamente a Hitler y a Stalin cuando tendieron su intervencionismo sobre Checoslovaquia, dejándolos igual que a los defensas: tendidos sobre el césped con la impotencia de no poder alcanzarlo.



Para Kubala, otro monstruo del balompié que también supo gambetear al comunismo, no hubo mejor futbolista en toda la historia que Bican. En 1958, cuando Laszi ya era un consagrado en el Barcelona, su ídolo de la infancia colgaba –al fin– los botines, tras más de 30 años de habérselos puesto por primera vez, y dejando la ya referida estela de casi 1500 goles anotados como profesional.
Dejó también como legado su filosofía de dar espectáculo no sólo en cada partido, sino en todo momento en que tuviera contacto con el esférico. Prueba de ello era que la afición se congregaba únicamente para verlo entrenar, y aunque más de un club llegó a aprovecharse de ello cobrando la entrada para las prácticas, el crack austro–checo llevó siempre una vida austera. Ya en su vejez, solía criticar la falta de entrega y profesionalismo de los futbolistas millonarios.

Josef Bican recibió en 2001 un reconocimiento de la IFFHS por los 12 títulos de goleo individual que logró a lo largo de su carrera. El 12 de diciembre de ese año partió al firmamento, donde ahora quizá sea posible verlo con un buen telescopio: uno de los asteroides ubicados entre Marte y Júpiter fue nombrado Pepibican en su honor. Tal vez su alma goleadora brille junto a ese cuerpo espacial, con el mismo destello de la moneda conmemorativa que hoy ha puesto en circulación el Banco Nacional de la República Checa por el centenario del hombre que más goles ha metido.



La ficha de su trayectoria

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viernes, 6 de septiembre de 2013

El centenario del “diamante negro”

Aldo Bonanni


Hace exactamente 100 años nació en Río de Janeiro el delantero centro brasileño Leónidas da Silva. Llamado “la perla negra”, “el diamante negro” y “el hombre de goma”, entre otros sobrenombres, está considerado como la primera gran figura internacional del futbol de su país, principalmente merced a su actuación en la III Copa del Mundo, celebrada en Francia en 1938, en la cual se proclamó máximo goleador del certamen, con siete anotaciones. Fue el único ausente importante en el partido semifinal en el cual Brasil cayó ante Italia, viendo así truncadas sus posibilidades de obtener su primer título mundial.
Antes de ser una celebridad, Leónidas visitó México, durante la gira que su club en ese momento, el Botafogo, realizó por nuestro país en 1936. En particular son destacables dos sucesos: que estuvo en el partido inaugural del Parque Asturias de la Calzada del Chabacano, en la capital del país, el 1 de marzo del referido año, cuando el cuadro de la casona venció a los sudamericanos por 4–2, y que su último gol con la camiseta del Botafogo lo anotó en canchas mexicanas.


También participó en la Copa del Mundo de Italia 1934 y en la Copa América de 1946, marcando 21 goles en 19 partidos oficiales con la selección brasileña. Se le considera sucesor de Arthur Friedenreich y antecesor de Pelé. Es recordado por ejecutar magistralmente la “bicicleta” o “chilena”, de la cual muchos le atribuyen la invención.
Actuó sucesivamente para el São Cristóvão, Sírio Libanês, Bonsucesso, Peñarol de Uruguay, Vasco da Gama, Botafogo, Flamengo y São Paulo. En toda su carrera con clubes marcó más de 500 goles.
Era, como lo consigna la Gran Enciclopedia del Fútbol (Océano, 1982), un jugador veloz y acrobático, malabarista con el balón, poderoso físicamente y con un gran remate de cabeza. Cuenta una leyenda que en el partido de octavos de final de la Copa del Mundo de 1938, aquel espectacular encuentro en el que Brasil ganó a Polonia por 6–5, con cuatro goles de Ernest Willimowski por el lado europeo y tres de Leónidas por el sudamericano, el gran delantero brasileño, incómodo con el terreno fangoso, se quitó los botines y jugó descalzo. La película que subsiste de dicho partido, a pesar de su escasa nitidez, no parece confirmar esta historia, pero es un hecho que Leónidas, como sea, se acomodó a las circunstancias en aquella oportunidad, y se erigió en el líder de una gran victoria.
Leónidas brillaba en las grandes ocasiones y a menudo se ausentaba en los partidos rutinarios. Resulta un gran ejercicio de la imaginación pensar qué hubiera ocurrido con él si su rendimiento hubiese sido más constante, pues con el estilo citado de aparecer casi exclusivamente en las grandes ocasiones terminó por marcar 528 goles totales en su carrera.

Se retiró del futbol activo en 1951, en un encuentro de un combinado São Paulo–Bangú disputado en Bélgica. Ejerció durante algún tiempo como técnico del São Paulo, y posteriormente como comentarista. Se mantuvo, en fin, de una u otra forma conectado con el futbol, hasta que, a mediados de los años 70 del siglo pasado, el Alzheimer comenzara a minarlo. Falleció, casi en el olvido absoluto, el 24 de enero de 2004, a la edad de 90 años.



Las fichas de su trayectoria

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lunes, 15 de julio de 2013

Centenario del máximo anotador en un partido


Aldo Bonanni

Stephan (o Stefan) Dembicki nació en la zona minera del Ruhr alemán, en Marten, cerca de Dortmund, el 15 de julio de 1913. De ahí, su familia de origen polaco emigró a otra zona minera, la del Norte–Paso de Calais, en Francia, a principios de la década de los 20 del siglo pasado. El Libro Guinness de los Récords, normalmente muy riguroso, consigna erróneamente que nació en Polonia con el apellido Stanikowski. Ni lo uno ni lo otro son ciertos. Lo que sí lo es es que de joven adquirió una gran fortaleza debido al duro trabajo minero en Sallaumines, donde también dio sus primeros pasos como jugador de futbol, para pasar posteriormente al equipo amateur Kurger Harnes.
A los 23 años, Dembicki firmó con el Racing Cub de Lens. Como curiosidad, anotó precisamente 23 goles en aquella primera temporada, lo que lo convirtió en protagonista del ascenso del club a primera división. El Lens era por entonces una auténtica selección de inmigrantes polacos que de uno u otro modo estaban vinculados a la actividad minera. La abundancia de apellidos de este origen (Calinski, Novicki o el propio Dembicki) hizo que el técnico británico John Galbraith, de acuerdo con una versión no del todo confirmada, apodara a Dembicki “Stanis”, del mismo modo que a su compañero Ladislas Smid se le conocía simplemente como “Siklo”.
El Lens, poco a poco, fue convirtiéndose en un club protagonista de la primera división. En ese camino, Stanis fue una pieza fundamental. A pesar de no ser muy alto, especialmente para los parámetros modernos (1.72), era un hombre corpulento y curtido por el trabajo en las minas. Jugaba regularmente de centro delantero o de interior izquierdo, y de él se cuenta que tenía tal potencia de disparo que en muchas ocasiones llegó a romper las redes de las porterías, e incluso en otra oportunidad fue al balón al que se le desprendieron las costuras.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Stanis fue al frente. Como miembro del Ejército Francés (había adquirido la nacionalidad en 1936) recibió su primera convocatoria a la selección gala, en un partido contra Inglaterra disputado en Lille el 18 de febrero de 1940. Por desgracia, ese encuentro no es reconocido ni por la Federación Francesa ni por la Football Association como oficial debido a que fue registrado como un juego entre “soldados futbolistas”. Poco después del mismo, durante la caída de Francia, Stanis fue hecho prisionero por los alemanes, aunque obtuvo su libertad al poco tiempo y volvió a Lens para seguir jugando con el Racing.
Es durante el tiempo de la guerra cuando Dembicki logró lo que le daría la inmortalidad. Oficialmente suspendida la liga nacional, el futbol francés continuó, no obstante, disputando campeonatos divididos por regiones. Al Racing Club de Lens le correspondía jugar en el de la zona norte, pero no participó en el mismo durante las temporadas 1940–41 ni 1941–42 (aunque sí lo hizo en la copa). En 1942–43 el equipo volvió con todo: ganó con autoridad la liga del norte, obteniendo 23 triunfos en 30 partidos, sacándole 13 puntos de ventaja a su más cercano perseguidor y marcando la friolera de 98 goles. Esa fue la temporada cumbre de Stanis, pues de esas 98 anotaciones él marcó nada menos que 43. Sobra decir que fue el máximo realizador del campeonato, y lo hubiese sido de toda Francia de no ser porque en la misma temporada, en el campeonato del sur, Emmanuel Aznar, del Olympique de Marsella, marcó 45. Infortunadamente todos estos números son poco recordados o reconocidos por haberse producido durante los llamados “campeonatos de guerra”, los cuales las fuentes pocos serias, que por desgracia son mayoría, suelen omitir.
Pero… ¿es Stanis “inmortal” por haber marcado 43 goles en esa liga? Definitivamente no. Su lugar en la historia lo adquirió el 13 de diciembre de 1942, en la misma gloriosa temporada, pero en la Copa de Francia de la llamada “zona prohibida”. Se jugaban los diciseisavos de final, y el Lens recibía al modesto Auby–Asturies. El partido concluyó con una masacre por 32 goles a 0, con 16 anotaciones de Stanis, quien todavía se dio el lujo de ser expulsado. De ese modo se convirtió en el hombre que más goles ha anotado en un partido de futbol militando para un club de primer nivel y en una competencia oficial. Aquella temporada el Lens también ganó la copa de su zona, por lo cual hizo un doblete que ni el propio club recuerda, por la razón ya referida. Otro dato que los historiadores deportivos poco serios han omitido es el total de goles marcados por Stanis en esa multicitada campaña 1942–43: sumando sus 43 en la liga y los 26 que marcó en copa nos dan un total de 69. ¿Implicaciones en la historia? Que ni Ferenc Deák ni Pelé ni Gerd Müller tuvieron jamás el récord que Messi rompió en 2011–2012. Los tres primeros marcaron en las temporadas 1945–46, 1958 y 1972–73, respectivamente 66, 66 y 67 goles. Tres segundos lugares tras la marca de Stanis, que fue la que en realidad el astro argentino del Barcelona rompió al marcar 73 tantos en una sola temporada. Otros apuntes interesantes son que Stanis hizo sus 69 goles en solo 37 partidos, lo que arroja un promedio de 1.86 anotaciones por juego –más alto que el de todos los demás mencionados–, y que no tuvo oportunidad de jugar partidos con selección nacional, lo que le hubiera incrementado aún más sus números.
En la temporada 1943–44 todos los clubes cambiaron sus nombres por representativos regionales y se jugó un solo campeonato federal. En el caso del Racing Club, se denominó Lens–Artois, pero de igual manera terminó campeón, con 41 goles de Stanis en 29 partidos, los cuales le dieron su segundo título de goleo consecutivo.
En 1944–45 el club obtuvo el subcampeonato de liga. Poco después, en 1946, Stanis tuvo un partido de homenaje al cumplir 10 años en el Lens. Al año siguiente (temporada 1946–47) el equipo, que había descendido notablemente en su nivel del periodo de guerra, cayó de nuevo a la segunda división. No obstante, desde esta categoría alcanzó la final de la copa en 1947–48. En ella, dos goles de Stanis resultaron insuficientes para vencer al Lille, que se impuso por 3–2. La temporada siguiente fue la última de Stanis como jugador en activo.
Tras su retiro, el inmigrante polaco abrió un bar en Lens. Seguía vinculado al club, vendiendo inclusive en su negocio boletos para los partidos del Racing como local en el Félix Bollaert. En los años 60 fue entrevistado para un cortometraje sobre el club, centrándose la conversación en su récord de 16 goles en un solo partido. A partir de ahí, Stanis desapareció de la vida pública, y aunque se desconoce la fecha exacta de su fallecimiento, al que esto escribe le fue posible averiguar que está sepultado en la localidad francesa de Font Romeu.
El dato acerca de que en mayo de 2007 Panagiotis Pontikos, del Olympos Xylofagou de la tercera división de Chipre, empató la marca de Stanis al anotar 16 goles en la victoria de su club sobre el SEK Ayios Athanasios por 24–3 es totalmente cierto, pero entonces habría que revisar a nivel mundial, en todos los tiempos, resultados de categorías inferiores para ver si no existen marcas similares o superiores. No se puede soslayar el hecho de que Stanis, el hombre que hoy cumple un siglo de haber nacido, lo hizo militando en un club de primera división.


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sábado, 8 de junio de 2013

El hombre de la boina blanca, a 100 años


Aldo Bonanni

Poco dice al aficionado moderno el nombre de Roberto Porta. Máxime si a la distancia temporal le sumamos el hecho de que perteneció a la generación perdida, a la de los jugadores que no tuvieron la oportunidad de brillar en una Copa del Mundo debido a la Segunda Guerra Mundial.
El corazón de Porta ya pertenecía al Nacional de Montevideo cuando vio la luz del mundo, en el barrio Jacinto Vera de la capital uruguaya, el 7 de junio de 1913. Así lo contaba él mismo al recordar que toda su familia, incluido su tío, el también ex futbolista Abdón Porte, era nacionalófila.
Aunque llegó a desempeñarse en todos los puestos de la delantera, Porta era especialmente un fino interior izquierdo que desde su niñez soñó con jugar al futbol. Inspirado por las grandes victorias de aquella era en que Uruguay lo ganaba todo (doble campeón olímpico y primer campeón mundial), llegó a las inferiores del Nacional en 1925, y cinco años más tarde debutó en un partido oficial supliendo nada menos que a Héctor “el Mago” Scarone, el mejor futbolista uruguayo de todos los tiempos.
Pero su primera etapa en el club de sus amores fue breve. En Argentina iniciaba el profesionalismo, y Porta fue tentado para irse a jugar con Independiente. Estuvo tres campañas en Avellaneda, luciendo junto a astros como Manuel Seoane o Antonio Sastre. De ahí, a cruzar el Atlántico para enrolarse con el Ambrosiana, como se llamó el Inter de Milán durante buena parte del régimen de Mussolini. Con los nerazzurri fue dos veces subcampeón y participó en una Copa Mitropa, la cual podríamos clasificar como la Champions de la época. En ese periodo fue seleccionado por Italia, y aunque sólo jugó un partido, oficialmente ganó la Copa Dr. Gerö, que de igual manera era lo más próximo a una Euro en aquel entonces.
Pero la etapa más brillante en la carrera del Tano, como le llamaban cariñosamente, estaba por venir. En 1937 volvió al Nacional, fijándose ya en su posición de entreala izquierdo. En ella, hizo una pareja mortal con Bibiano Zapirain, el extremo por el mismo lado, y quien decía que Porta era el mejor futbolista con el que había compartido jamás un campo. Se estaba gestando la poderosa delantera que le daría al Nacional el quinquenio de oro: cinco titulos consecutivos del campeonato uruguayo, de 1939 a 1943. Eran Luis Ernesto Castro, Aníbal Ciocca, Atilio García, Roberto Porta y Bibiano Zapirain, nombres hoy poco conocidos fuera de Uruguay, pero que constituían un ataque de ensueño que bien podría haberle dado otro título mundial a la celeste de haberse jugado un torneo de esa escala en aquellos violentos años.
Y si no hubo Copa del Mundo, sí hubo una Copa América, en 1942. Porta, con la boina blanca que le caracterizaba, estuvo ahí. El técnico Pedro Cea, quien como jugador figurara entre los multicampeones de 1924, 1928 y 1930, echó mano prácticamente de la misma delantera que jugaba para Nacional, prescindiendo solamente de Atilio García –que era argentino– y colocando entonces a Ciocca como delantero centro y a Severino Varela, del Peñarol, como interior derecho. Porta permanecía inamovible en su posición, que era la misma en la que jugaba Cea años atrás. El hombre de la boina, con sus pases exactos y sus remates de volea, jugó los seis partidos del torneo, anotando cinco goles.
En ese Sudamericano se demostró quiénes seguían siendo muy posiblemente las dos mejores selecciones del mundo. Al igual que en 1930, Montevideo fue testigo de cómo las dos grandes potencias rioplatenses se paseaban invictas ante el resto de los participantes hasta encontrarse en la final. Y al igual que en 1928 en ámsterdam y en 1930 en el Centenario, la victoria fue a parar a la orilla oriental del río.
Ese fue el segundo y máximo galardón que Porta obtuvo jugando para una selección. Con Nacional, entre tanto, además de los ya citados cinco títulos seguidos, ganó la liga de 1946, las copas Aldao de 1940 y 1946, la Copa Cofraternidad Escobar–Gerona de 1945, el Campeonato Nocturno de los Campeones del Plata de 1938 y seis Copas de Honor consecutivas, de 1938 a 1943, ente otros torneos de carácter amistoso.
Habiéndose retirado como jugador en 1946, fue el técnico de la selección uruguaya entre 1973 y 1974, estando en el banquillo celeste en la X Copa del Mundo, disputada en Alemania. El 2 de enero de 1984, mientras radicaba en Buenos Aires, Roberto Porta y su boina blanca se elevaron al cielo de los futbolistas.

Algunos datos estadísticos de Roberto Porta

Participaciones con Uruguay en Copa América
Año            Partidos            Goles            Posición de Uruguay
1939            4                        3            Subampeón
1941            4                        1            Subcampeón
1942            6                        5            Campeón
1945            6                        3            Cuarto puesto
Total           20                      12

Con Uruguay jugó en total 33 partidos, anotando 13 goles. Con Italia solo jugó 1 partido (24 de noviembre de 1935, contra Hungría) y no anotó. Como dato curioso, fue primero seleccionado italiano.

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